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Pensamientos sobre vida, muerte y maternidad después de 20 días en el hospital

Carlotta Cerri
Salva

Estoy escribiendo este artículo desde la habitación de un hospital, en la cama donde he estado durante las últimas tres semanas.

No puedo agradeceros lo suficiente por hacerme sentir vuestra presencia con todos vuestros mensajes y correos durante este momento difícil, y en este post contestaré a todas vuestras preguntas, qué pasó, por qué pasó y lo que sentimos—no pensaba que escribiría sobre esto, pero es la vida, que es lo que trata este blog.

Pero primero aquí va una lista de mis habituales telarañas de pensamiento, porque no puedo escribir con coherencia sobre esta montaña rusa de emociones, dolor y miedo.

  • La salud es todo. Sin salud no hay nada, ni ser una persona mejor, ni criar a tus hijos Montessori, ni enseñarles tres idiomas, ni salvar el planeta, ni viajar por el mundo, y mucho menos hacer planes y cambios de vida.
  • Pasé de ser 100% sanaa pasar tres semanas en una cama de hospital, tres semanas de dolor constante, una montaña rusa de emociones y miedo, que, por suerte, para mí terminó bien. Nos puede pasar cualquier cosa en cualquier momento, siempre se dice pero no siempre se cree. Este es un pensamiento aterrador, y tan pronto como esté completamente recuperada, tendré que esforzarme para sacudírmelo de encima, porque me doy cuenta de que puede llenar mi mente de miedo. La vida ya es tan aterradora en sí misma, no podemos darnos el lujo de entregarnos al miedo.
  • Pasé de estar 24 horas del día con Emily a no verla nunca y tuve que dejar de amamantar abruptamente; esta fue una montaña rusa de emociones y miedo aún más difícil. Y ahora que estoy en casa, me alegra ver que fue un poco innecesaria: Emily volvió a ser mi niña dulce—aunque a menuda prefiera papá—y, inesperadamente, volvió enseguida a pedir pecho, lo que me enfrentó con una decisión difícil. Los niños son seres extremadamente adaptables, tenemos tanto que aprender de ellos.
  • No todo fue malo: la situación nos obligó a dejar a Emily en la guardería 5 horas al día todos los días y, a pesar de que llora siempre cuando entra y, a veces dentro, y que tuvo una pequeña regresión con el pipí, nos sorprendió a todos. Es casi como si ella hubiera entendido que necesitábamos su ayuda y nos ayudó. Nunca subestimes lo mucho que nuestros hijos saben y entienden y son capaces de hacer. Confía en ellos, siempre.
  • La primera semana que pasé en el hospital, Oliver comenzó a hablar mucho sobre la muerte y le preguntó a Nonna si yo estaba muerta. Un día señaló el balcón y dijo: "Si Emily se cae, entonces papá se cae, Nonna se cae, y me quedo completamente solo". Empezó a hablar a menudo de quedarse solo. Oliver sabe que es la muerte, entiende su estado permanente, porque se lo hemos explicado cuando hemos visto el pájaro muerto en el campo o la rana aplastada en la calle. Creo que es importante no tener nuestros niños en burbujas, y en cambio exponerlos a la vida real, que incluye la muerte.
  • Lado positivo: como Oliver pasó mucho tiempo con mis padres (menos mal que estaban ellos), por fin ha empezado a hablar italiano y me sorprende a menudo con frases con su acento divertido. Me encanta. Siempre, siempre, siempre hay un lado positivo en todo, tendríamos que ejercitarnos a buscarlo en todo lo negativo que nos pasa, desde una pequeña desilusión, hasta un obstáculo serio en la vida.
  • Cuando estaba en el hospital, sabía que no corría el riesgo de morir, pero después de dos semanas sin mejorar, mi mente se fue a lugares muy oscuros: solo es suficiente una complicación y un error de los medicos y estoy muerta, seguía pensando. Una noche grabé mensajes para Alex y mis hijos, en caso de que me pasara algo. No creo que los escucharé pronto, pero otra vez más me di cuenta de que pensar en serio en nuestra propia mortalidad debería ser un ejercicio semanal de la vida.
  • Tu gente está allí para ti cuando sufres. Si no está allí, no es tu gente. Y tus personas son muchas menos de lo que piensas. A la vuelta del Canadá ya había hecho un cambio y empezado a dedicar mi tiempo solo a las personas importantes de mi vida, y ahora estoy aún más convencida de que seguiré en ese plan.
  • Tuve mucho tiempo para pensar, y me alegró darme cuenta de que realmente estoy en el camino correcto para crear el estilo de vida que deseo — me estoy deshaciendo de cosas materiales, soy cada vez más minimalista, un consumidor cada vez más consciente, me preocupo más por nuestro hermoso planeta, no estoy llenando mi semana con actividades escolares adicionales, y en cambio paso las tardes con mis hijos. Excepto una cosa: tengo que dejar de sentir la presión constante de hacer crecer el blog; Tengo que dejar de intentar escribir una palabra aquí y otra allá por la tarde mientras juego con mis hijos. Crearé momentos para mi trabajo, pero las tardes serán exclusivamente para Oliver y Emily, mi atención será para ellos y ignoraré mi teléfono. Las prioridades son todo, asegúrate de establecer las tuyas de manera correcta.

Por último, pero no menos importante, escribiré sobre un tema para mí delicado. Estoy segura de que el hospital y los médicos cometieron algunos errores. Al fin y al cabo, los médicos son solo humanos. Aprendí que tienes que confiar en ellos, porque no hay nada más que puedas hacer, a veces estás en sus manos y ellos QUIEREN que te mejores tanto como lo quieres tú. Aun así, tienes que ser tu propio médico en todo momento.

Una semana después de que me pusieron el primer drenaje, me di cuenta de que todavía me estaban administrando analgésicos y paracetamol cada ocho horas con los antibióticos. Por supuesto que me sentía bien, estaba drogada! Les exigí que dejaran de darme todo lo que no era antibióticos, y ahí fue cuando volví a sentir mi cuerpo y me di cuenta de que todavía no estaba bien: volví a tener calambres y fiebre y no estaba mejorando.

Vivimos en una sociedad donde medicamentos y operaciones parecen algo inocuo—la primera respuesta a todos los problemas de salud; donde los médicos nos dan y a nuestros hijos antibióticos y medicamentos para un simple resfriado; donde los abuelos quieren que bajemos la fiebre enseguida, cuando la fiebre es el único ejército personal que tenemos; donde los médicos quieren hacer una radiografía a la mano de tu bebé para ver si la uña que está perdiendo está infectada (historia real); cuando los pediatras quieren poner un catéter en el pene de tu bebé en lugar de hacerlo orinar en una bolsa para descartar una infección urinaria (otra historia real).

Tenemos que ser más conscientes de todo esto. Tenemos que aprender a escuchar nuestro cuerpo. Tenemos que enseñar a nuestros hijos a escuchar su cuerpo. Tenemos que dejar de tomar medicamentos para todo. Tenemos luchar contra las leyendas urbanas y los mitos de las generaciones pasadas (¡no te resfrías porque hace frío afuera!). Tenemos que estar más conscientes y más informados, sin ser imprudentes o irresponsables. Y, sobre todo, tenemos que usar nuestras cabezas, nuestro sentido común, nuestros instintos y dejar de ser ovejas a la sombra de las autoridades, cualquier autoridad.

Eso es todo. Lo dije todo. Ahora puedo volver a celebrar mi semana de cumpleaños.


Si no sabe desde Facebook e Instagram lo que me pasó, te lo cuento aquí abajo.

El lunes 22 de octubre terminé mi día normal yendo a una clase de baile intensa, hice todos mis abdominales lo más fuerte que pude y bailé un montón. Me sentía muy bien. Tres horas después, comencé a tener calambres fuertes en la barriga, y pasé la noche y el siguiente día y noche con dolor, pensando que fuera una intoxicación alimentaria. Todos los síntomas coincidían al 100%, y había almorzado pollo refrigerado y calentado y ensalada de huevos, que podían ser la causa.

El miércoles por la mañana, 24 de octubre, el dolor se desplazó drásticamente hacia la parte inferior derecha de mi abdomen y temiendo que fuera una apendicitis, a las 6 de la mañana, me apoyé en el brazo de mi madre y me arrastré a urgencias del hospital más cercano, Quirón, que está convenientemente a 150 pasos de mi casa. Y ahí estaba: apéndice inflamada a punto de perforarse.

Me operaron esa misma mañana (el apéndice ya estaba expulsando pus), y dos días después me mandaron a casa. No me sentía bien, todavía tenía diarrea y calambres parecidos a contracciones, pero como me dieron de alta, pensé que era la recuperación normal. Esa noche fue muy mala: un dolor insoportable en mi abdomen, vómitos y diarrea sin parar. A la mañana siguiente, el sábado 27 de octubre, volví a urgencias y un tac reveló que tenía un absceso pélvico de 11 cm (peritonitis postoperatoria).

Me iniciaron de inmediato con el antibiótico más fuerte (Meropenem) y el lunes 29 de octubre me pusieron un drenaje que entraba por el glúteo, subía por la espalda y llegaba a mi pelvis. Por cierto, no me administraron ningún sedante para la operación, lo que la convirtió en una de las experiencias más traumáticas y dolorosas de nunca—tanto que lloré con mi madre durante media hora cuando finalmente me llevaron de vuelta a mi habitación.

El drenaje funcionó durante aproximadamente 24 horas, y luego se bloqueó.

Y así llegamos a noviembre. El jueves 1, comenzaron los lavados con un anticoagulante (Urokinasa) que se suponía debía diluir el líquido para que saliera. Eso tampoco funcionó. Ya no se drenaba más líquido, pero todavía tenía calambres parecidos a contracciones de parto y fiebre, y pronto una eco mostró que la colección de líquido seguía allí y aún era grande, de unos 8 cm.

Siguieron lavando una vez al día con Urokinasa, pero la situación no estaba mejorando. Cuatro días después, el lunes 5 de noviembre, casi dos semanas después de entrar en el hospital, el médico dijo que debían volver a operarme con una operación tipo cesárea para limpiarlo todo. Estaba devastada, no solo esto no se había acabado, sino que iba a tener que enfrentarme con una larga recuperación una vez que finalmente pudiera estar en casa con mi familia.

Ya habían reservado un quirófano para el jueves 8 de noviembre, pero el miércoles llegó mi cirujana con una solución alternativa: un especialista de Málaga iba a estar aquí está misma mañana, y podía cambiar el drenaje a un tubo más grueso. Estaba aterrorizada, pero me prometieron que me darían tanto sedante que no sentiría nada, así que me sacudí el miedo de la experiencia anterior y decidí intentar con esta opción.

El miércoles 7 de noviembre, se colocó el nuevo drenaje, sin dolor durante la operación—y todo el dolor después, por supuesto—y finalmente comenzó a funcionar! 48 horas más tarde, mis valores sanguíneos comenzaron a mejorar y una eco mostró considerablemente menos líquido.

Me mantuvieron dos días más durante el fin de semana, y 20 días después de llegar, finalmente me fui a casa a terminar antibióticos y recuperación.

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