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El año más difícil de mi vida (o sea, lo que me hizo la privación del sueño)

Carlotta Cerri
Salva

Medio escribí este artículo hace mucho tiempo, hace más de 7 meses, pero nunca me pareció el momento adecuado para publicarlo. No estoy más preparada ahora, sigo en una montaña rusa de emociones y todavía no veo la luz al final de este túnel de la privación del sueño, pero me siento más fuerte y más segura. Así que decidí terminarlo y aquí va. Esta vez no hay consejos reales, ningún truco, y probablemente ni siquiera sea muy coherente. Solo una mamá que comparte.


Llevo durmiendo no más de dos horas seguidas desde hace 18 meses. Sin embargo, durante el primer año, a pesar de sentir una inexplicable tristeza, frustración y rabia, rara vez lloraba. Cuando tenía ganas de llorar, me tragaba las lágrimas, racionalizaba (¿cómo podía no estar feliz con dos niños sanos y maravillosos?) y construía muros a mi alrededor. Eventualmente, la tristeza desaparecía y me sentía “fuerte” otra vez.

Hasta la próxima vez, cuando tenía que lidiar con toda la tristeza acumulada… y la suprimiría otra vez. Y otra vez. Y otra vez. Durante mucho tiempo.

Me convertí en mi propia caja de Pandora.

En algún momento — a veces harta de consejos no solicitados — decidí dejar de aburrir a mis amigos y familiares con mis problemas. SI podía, evitaba las reuniones sociales, sino me ponía una sonrisa y entretenía conversaciones amistosas en modalidad zombie.

No me sentía feliz y empecé a desahogarme con la única persona que lo vivía todo conmigo, Alex.

Empecé a quejarme.

Sobre todo. De que él no contribuyera lo suficiente en la casa. De que no contribuyera de manera correcta en la casa. De esa lavadora que puso mal. De esa bolsa de basura que estuvo en la cocina durante días. De que usara la toalla equivocada para secar a los niños después del baño. De que no hiciera arroz con ese pollo al curry que los niños uno querrán comer. La lista sigue.

En realidad, podía apreciar racionalmente toda su contribución, pero no podía evitar de ver todas las fallas. Todo el tiempo.

Alex es la persona más optimista, positiva y paciente que conozco, pero poco a poco, queja tras queja, le rompí. Su positividad comenzó a desvanecerse. Él comenzó a contestarme mal, a ser impaciente e intolerante cuando se enfrentaba con mis quejas y mis estados de ánimo variables. Dejó de tener empatía hacia mí — lo único que necesitaba desesperadamente.

Afectó a todo en nuestra relación: nuestro cuidarnos uno al otro, nuestra complicidad, nuestra amistad, nuestra comunicación, nuestro afecto, nuestra vida sexual ya mínima. Mientras más tratamos de arreglarlo, de hablarlo, más nos distanciamos. Ya no hablamos el mismo idioma. Todas las discusiones terminaban con decidir que no estábamos de acuerdo, y a menudo nos íbamos a dormir enfadados: siempre lo arreglábamos por la mañana, otra disculpa y todos estaba bien.

Excepto que yo no estaba bien. Solo estaba reprimiendo más, tragándome más tristeza.

Varias noches me encontré buscando en Google “síntomas de depresión posparto” — de verdad este estado de humor era simplemente porque no dormía? — y leyendo foros para encontrar respuestas a preguntas como “¿Cómo sabes cuándo tu matrimonio se acabó?”, “¿Por qué no estoy feliz con mi vida perfecta?”. Me estaba ahogando por dentro, era el tramo más oscuro del túnel.

Luego, una noche…

Hace unos meses, después de otra discusión en la que saltamos de un tema a otro, culpándonos uno a otro y lastimándonos verbalmente, me dijo — lágrimas en los ojos — cuatro palabras que nunca olvidaré.

Extraño a mi mujer.

Allí sentada, las lágrimas comenzaron a derramarse por mis mejillas y todo lo que realmente pude decir fue, “yo también me extraño”. En ese momento me di cuenta de cuánto había cambiado y cuánto echaba de menos la persona que era — y nuestro equipo aún más. Lloré apoyada a su hombro durante lo que pareció una eternidad y nos abrazamos fuerte como no lo habíamos hecho durante mucho tiempo.

Esa noche me di cuenta de dos cosas:

  • No era la única que sufría. A Alex también le costaba. Por diferentes razones y mostrándolo de diferentes maneras, pero él también estaba triste. Vernos vulnerables nos hizo sentir cerca nuevamente después de mucho tiempo. Demasiado a menudo queremos ocultar que somos vulnerables, pero olvidamos que la vulnerabilidad no es debilidad. Es fuerza. Muestra que estás en sintonía contigo mismo y es una herramienta poderosa para conectar con los demás.
  • La privación del sueño está fuera de mi control, pero mi reacción es mi propia elección. Podría seguir quejándome y sintiéndome triste por mí misma, culpando a Emily por no dormir, Oliver por no escucharme, Alex por no tener paciencia, la falta de tiempo para mí y mi trabajo. O podría despertar a la guerrera que hay en mí y vencer a la mierda la privación del sueño (perdón por la expresión!).A menudo pensamos que nuestra tristeza, rabia, frustración dependen de factores externos y tenemos razón: a menudo lo que sucede en la vida no está bajo nuestro control. Pero la forma en que reaccionamos es nuestra propia elección — y siempre tenemos una opción.

Esa noche no cambió mucho en nuestra situación. A pesar de algunos progresos recientes, Emily sigue durmiendo mal. Alex y yo trabajamos mucho y mejoramos mucho nuestra relación, pero seguimos desviándonos a menudo — a veces incluso una sola oración nos hace equivocar de camino y acabar otra vez en el “bosque oscuro” durante días. Y en cuanto a mí, no dormir todavía afecta mucho mi estado de ánimo, y todavía estoy en un equilibrio precario entre la cordura y la locura (pero al fin y al cabo, ¿no es ese el estado natural de la maternidad?).

Pero algo, esa noche sí lo cambió. De alguna manera, las palabras de Alex hablaron directamente a la guerrera en mí y soltaron el ancla que me estaba reteniendo.

Desde entonces, dejé de encontrar excusas y compadecerme a migo misma, saqué dos cojones y ​​volví a vivir una vida llena: escribiendo, trabajando después de poner los niños en la cama, siendo productiva, bailando, comiendo más sano, dándome desafíos para evolver como individuo. Hoy soy más fuerte, más centrada, más segura. Me siento vulnerable en todo momento, pero invencible al mismo tiempo. Siento que me he convertido en mi propia mujer, come nunca he sido antes.

Y, sobre todo, ya no reprimo mis emociones; al revés, dejo que todo salga como sale, bueno o malo y sin culparme por ser humana: un día grité al máximo de mis pulmones “aaaahhhhhhhh” en el auto frente a los niños porque no podía soportar más discutir con mi madre; otro día lloré como un bebé porque mi amiga me contó buenas noticias; y hace unos días lloré durante media hora escuchando “Lost Stars”. La lista es larga, las emociones muchas.

Sin embargo, me siento más en control de mis emociones ahora más que nunca: es casi como si saber que puedo permitirme soltar mis emociones libremente me hace sentir más estable mentalmente (como cuando decides no comer dulces y todo en lo que piensas es tartas y helados, pero si decides que puedes comerlos cuando quieras te parece más fácil rechazarlos. ¿Nunca te ha pasado?).

Así que tal vez este sea el final del túnel, pero no el túnel de la privación del sueño, sino uno diferente, inesperado, de crecimiento personal y resiliencia. Y tal vez sea cierto lo que dicen, que al final de cualquier túnel siempre hay una versión más fuerte y más resistente de ti mismo, solo necesitas crecer dos cojones y salir.

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