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Una nota personal sobre la familia

Carlotta Cerri
Salva

Recientemente, algunos eventos un poco tristes me hicieron pensar en el significado de la familia.

Crecí en Italia, un país con una cultura muy orientada a la familia, donde me han enseñado—directamente o indirectamente—que la familia es algo sagrado, y que hay que participar en las reuniones familiares pase lo que pase—el participar parecía ser la verdadera demostración de amor.

Una vez me enfadé con mi tía por no venir a verme en mi único viaje a Italia durante mi primer embarazo, pensaba: “Estoy a sólo 5 horas en coche, lleva meses sabiéndolo, podría haber hecho un esfuerzo para venir a saludarme. ¿Qué es más importante de ver y abrazar a tu sobrina después de un año, especialmente ahora que está embarazada por primera vez?”. Ni siquiera me paré en pensar en sus razones, me sentía decepcionada y no le hablé durante meses. Hoy que comparto esto contigo, me hace sentir estúpida, infantil, egoísta.

Puede ser porque me convertí en madre y mis prioridades han cambiado. O tal vez simplemente porque he evolucionado como ser humano, y me he convertido en una persona más empática.

Hoy sé que la familia no se ve en los grandes eventos, en las reuniones, en los regalos de cumpleaños, en los deseos navideños. No es quién se presentó a mi boda, o quién vino a conocer a Oliver y Emily cuando nacieron (aunque me alegré de tener aquí a los abuelos y a mi hermana). No es ni siquiera tener una buena excusa para no presentarse—porque no deberían hacer falta excusas.

La verdadera familia es más.

Es mi marido quien cambia sus planes a último minuto para quedarse conmigo y con los niños cuando necesito ayuda. Es mi hermana que cogió el primer avión y se quedó conmigo durante semanas cuando me pusieron en reposo durante mi segundo embarazo.

Pero tampoco es tanto.

La familia—especialmente la familia de larga distancia, como la mía—es una llamada telefónica, un correo electrónico, un mensaje de vez en cuando. La familia es quien mantiene los contactos. Es quien se respeta de forma espontánea, no porque lo dice una etiqueta; es quien se da el beneficio de la duda, quien se entiende en lugar de acusarse.

Y sobre todo: la familia para mí significa no esperarse NADA de lo anterior.

Las expectativas de cualquier tipo—financieras, afectivas, sociales, profesionales—envenenan las relaciones. A menudo me parece que la gente se espere todo de los miembros de la familia porque lo dice esta etiqueta sobrevalorada y legitimada por la sociedad—“es familia”—y porque creen que es su deber estar allí, apoyar, respetar, cuidarse, hablar y compartir penas y alegrías, asistir a reuniones (o tener una buena excusa para no hacerlo), desea estar juntos, mostrar la mejor versión de sí o aceptar cuando sale la peor.

La familia no es esto.

Creo que deberíamos revisar el verdadero significado de familia, dejar de tener expectativas y aprender a reconocerlas, incluso las más profundas y ocultas de que no somos plenamente conscientes. Sólo entonces podremos tener relaciones familiares saludables y espontáneas, y enseñar a nuestros hijos el valor de la familia—no el valor social, sino el real, el que a la larga hará toda la diferencia en tu familia cercana y extendida.

Y un par de otros “pensamientos a telaraña”—cada uno de ellos podría ser un artículo que nunca tendré tiempo de escribir así que aquí van:

  • El respeto por la familia está sobrevalorado. El respeto es una cosa de dos vías, nunca se debe dar por sentado por la edad, la experiencia y la jerarquía de la familia—el respeto siempre se debe ganar.
  • Los niños no deben nada a los padres. Ahora que soy madre este pensamiento es aún más fuerte. Nosotros los padres decidimos traer al mundo nuevas personas que no tienen opción en esta elección—así que si alguien debe algo al otro, somos nosotros a ellos.
  • Nunca mezclar dinero y familia. No importa lo bueno que es tu relación con tu familia, el dinero a largo plazo siempre encuentra la manera de arruinarlo un poco. No vale la pena.

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