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Soy una madre segura porque sigo a mis hijos

Carlotta Cerri
Salva

Mi madre ha estado viviendo con nosotros durante unas semanas. Es bueno tenerla aquí, es bueno tener siempre almuerzo y cena listos (seguro que para Alex es un buen cambio), y me gusta que Oliver y Emily conozcan a su abuela. Sin embargo, es difícil tener a alguien “mirando” nuestra vida las 24 horas del día. Más todavía porque con la observación, más a menudo que no, llegan los consejos—es simplemente natural y sabemos que lo hace con cariño.

“Deberías dejar a Emily a dormir en su cuna durante el día. Ella se acostumbra a dormir en brazos y esto puede crear un problema de apego serio”.

“No deberías consolar siempre a Oliver, tiene que aprender a vivir su tristeza por su cuenta. El mundo allí fuera es difícil, y no siempre estarás ahí para él”.

“No deberías coger siempre a Emily cuando llora. Para los niños es buenos llorar a veces”.

“Sobrecargáis Oliver de estímulos todo el día. Cocina con vosotros, limpia con vosotros, tiene tantas actividades… No sé si es bueno para él”.

Si Emily fuera mi primer bebé, seguramente estaría dividida entre lo que siento que es correcto y lo que mi madre me aconseja. Pero después de estos últimos dos años de maternidad, me he dado cuenta de algo importante: soy una madre segura, y conozco a mis hijos mejor que nadie.

Así que si por un lado es interesante escuchar lo que piensa mi madre con su propia experiencia de 30 años (que, por supuesto, valoro y aprecio), por otro lado es muy claro para mí que yo soy una madre muy diferente (de cualquier otra madre), y que mi confianza viene de vivir con una regla principal: sigue el niño.

Si siempre consuelo a Oliver es porque lo necesita, y responde mejor cuando lo hago. Es un niño altamente sensible—no del tipo de sensibilidad que conocemos tú y yo, sino un paquete completo de rasgos de personalidad que yo no conocía antes de leer el libro The Highly Sensitive Child escrito por Elaine N. Aron (estoy preparando un post sobre ello).

Además, tiene dos años. Y si por un lado significa que está en el mejor, más receptivo tiempo sensorial de su vida, y que necesita la mayor cantidad de estímulos que podamos ofrecerle, por otro lado tiene sólo dos años: tendrá una vida entera para ver lo duro que es el mundo. Ahora todo lo que necesita saber y sentir es que siempre estoy ahí para él y le entiendo, cuando llora, cuando se queja por lo que a mí me parece tonto, cuando está demasiado cansado como para “comportarse bien”.

De la misma manera, hay muchas razones por las que dejo que Emily duerma encima mía, pero la más importante es porque la sigo a ella. Creo en el amor, en el contacto y en el apego, no creo que los bebés “se acostumbran a los brazos”—creo que esta es una de esas ideas preconcebidas de la vieja manera de vivir la maternidad de la que las nuevas generaciones de padres deberían deshacerse.

Para mí, es bastante simple: Emily necesita dormir, trato de ponerla en su cuna, se despierta y llora, la cojo y la dejo dormir en brazos o en el pañuelo portabebé. La sigo a ella. Lo hago porque puedo, porque mi situación laborable me lo permite, porque no tengo miedo de que ”se acostumbre a los brazos”, pero más importante, porque creo que es la mejor manera de ser padres. ¿Me encantaría poder dejarla en la cuna y trabajar/descansar/limpiar? Claro que sí. Y un día lo podré hacer.

Y una cosa más, y esto es algo que desde que Oliver empezó esta ”fase de papitis” me hace muy emocional. Es muy probable que Emily será mi último bebé, y aunque estoy segura de mi preferencia de no tener más hijos, es una decision dolorosa para mí: nadie nunca más me necesitará tanto como ella me necesita en este momento; nadie nunca más querrá estar conmigo tanto como ella en este momento; nadie nunca más tendrá verdadero alivio SÓLO en mis brazos. Son razones egoístas, pero no por eso menos verdaderas: Oliver tiene sólo dos años y YA rechaza mis besos y abrazos si no quiere mimos; prefiere su papá para dormirse por la noche; dice “no mamma” cuando trato de ayudarle a hacer algo que sabe hacer solo. Él ya no es mi bebé, y si el tiempo sigue volando tan rápido, mañana se irá de casa y se hará una familia suya.

Creo que lo que estoy tratando de decir es que cuando miro a mis hijos, no veo sólo bebés que necesitan ser dormidos, bañados, que necesitan comer; no veo retos que necesito superar (como hacer que Emily duerma en su cuna durante el día, o enseñarle a Oliver a dominar sus emociones por su cuenta).

Veo a pequeñas personas con las que estoy construyendo una relación, personas con la quién quiero pasar el mayor tiempo posible, personas que quiero conocer en toda su bella complejidad.

Y hoy en día es bastante claro que la única manera en que pueda hacer eso es MI MANERA, mi ser madre, con mis valores, mis principios, mia creencias, mis defectos, mis fallos, pero sobretodo, mi amor y comprensión.

Es por eso que sigo a mis hijos siempre, y no trato de que me sigan a mí: día tras día nos enseñan a ser padres, y en el proceso, me hacen una madre mejor y más segura.

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