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Ser mamá significa también…

Carlotta Cerri
Salva

Una bonita foto de hace casi dos años con una querida amiga

En los últimos tiempos, ha sido difícil mantener todo bajo control—Oliver, su adaptación en la nueva guardería, la casa, mi blog, mi negocio de idiomas, mis clases de baile… sólo el embarazo tiene un piloto automático!—y realmente me siento como si estoy siempre tratando de abarcar más de lo que puedo.

Así que el miércoles me dio un bajón tremendo: después de nuestra clase de natación por la mañana (se está haciendo más y más difícil ponernos los trajes de baño, hacer la lección, ducharnos y volver a vestirnos en el calor del spa donde se lleva a cabo el curso), un almuerzo rápido, un poco de trabajo para el blog durante la siesta de Oliver, prepararse de nuevo para salir, quedar con un nuevo estudiante para presentarle la profesora por la tarde, ir al supermercado en el camino a casa para comprar pañales y algo de comida—y todo con Oliver por supuesto.

Después de todo esto—que es un día ordinario, aunque últimamente incluso salir de casa me parece uno de los trabajos de Hércules—mi dulce monito pensó que sería divertido esconderse entre las filas de carritos en el aparcamiento subterráneo del supermercato y no dejarse coger (de ese minúsculo sitio donde por supuesto no quepo con mi barriga de ocho meses).

Me costó 15 minutos y una llamada FaceTime a su padre para sacarlo de allí, y cuando por fin logré ponerle a él y a las bolsas de la compra en el coche y sentarme detrás del volante, me eché a llorar y no pude parar durante al menos dos horas, durante la cena y la rutina de cama de Oliver.

La buena noticia es que me desperté al día siguiente sintiéndome mucho mejor.

Probablemente los bajones son sólo eso, señales de lágrimas que avisan que tu cuerpo ha llegado a un límite, obligándole a ralentizarse o incluso parar durante unos minutos/horas/días,  recomponerte y realmente escuchar a tu ser interior, que a veces hacemos lo posible para ignorar y seguir fingiendo que podemos hacer frente a todo.

No podemos.

Y debemos aceptarlo, aceptar que ser madre significa también tener bajones, sentirse impotente, insegura, desesperada, dejar que tus emociones superen a tu racionalidad, no ser capaces de tener todo bajo control, llorar delante de tus niños si te sientes triste y agotada, mostrar que a veces eres vulnerable y débil y que está bien sentirse así.

Porque sí, las mamás somos increíbles seres humanos, siempre dispuestas a involucrarnos y mejorarnos como modelos a seguir para nuestros hijos, pero, como dice Jason Mraz, somos sólo seres humanos.

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