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Cómo conocí a tu padre - Capítulo 1

Carlotta Cerri
Salva

Una de nuestras primeras fotos juntos, sacada con Photo Booth en su piso.

Llevo años queriendo escribir acerca de como conocí a Alex y la razón por la que siempre he pospuesto es que es una de esas historias que se ven solo en las películas. Quería hacerle justicia por escrito. Pero hoy me he encontrado escribiendo—a veces me pasa, un momento estoy haciendo una cosa y el otro momento estoy escribiendo—así que sigo.


Era el verano del 2007 y, aunque hubiese venido a Marbella con un novio, le llamaré novio, mi corazón era libre y lo era de manera muy honesta. En los últimos dos años, después de separarme con mi primero novio—un chico guapo, amable y honesto con el que pasé cinco años estupendos y transformadores, casi toda mi adolescencia—me sentía desesperada e infeliz, y había llegado a la egoista conclusión de que estar con alguien, cualquiera, fuese más fácil y mejor que estar sola.

El chico con el que había venido a Marbella era ese alguien. No estaba enamorada de él—desafortunadamente él lo estaba de mí—pero cuando me propuso pasar un verano juntos fuera de Italia, me pareció el escape perfecto de una vida que me estaba tan apretada como un par de vaqueros lavados en 60°C. Me sentía aburrida y cansada y desmotivada. Necesitaba un cambio (y aprender español para sacar la carrera y acabar para siempre el capítulo colegio).

Ese cambio llegó en forma de un trabajo de verano en un bonito y pequeño restaurante italiano en Marbella, en el sur de España. Se llamaba Terraza Dual. Novio y yo habríamos trabajado allí todo el verano—excepto que novio, con sus talento de barman, recibió una oferta mejor dos semana después de llegar y se fue a trabajar en un bar de cocktail. No había mucho tiempo para descansar o viajar, trabajábamos duro, a menudo en turnos diferentes así que ni nos cruzábamos por el día, y las noches que teníamos libres salíamos con nuevos amigos. Me hacía bien estar lejos de Italia, pero sabía que me estaba engañando en el intento desesperado de cicatrizar viejas heridas todavía abiertas.

Fue entonces que apareció Alex.

Una noche de junio, este chico del aire escandinavo, guapo, rubio y moreno entró en el restaurante. Le noté enseguida porque era guapo, rubio y moreno. Dah. Pidió una pizza Dante para llevar, esperó sentado a la barra del bar y no paró un segundo de mirarme fijamente con esos ojos de oriental azules y soñadores. Después salió.

Volvió muchas veces a lo largo del verano: cada vez venía, pedía una pizza Dante, se sentaba y me miraba fijamente fingiendo jugar con algo que descubrí luego ser el iPhone de primera generación (acababa de salir en America y no lo tenía casi nadie en Europa)—ese mismo iPhone que sigue en display en nuestro estante del salón. Y cada vez que le veían entrar, los camareros me miraban, subían las cejas y ponían una sonrisa enorme como para decir Mira quien está aquí. Se había convertido en el Admirador no muy secreto.

"Cuando entré en el restaurante, tres chicas vinieron hacia mí y yo elegí a Carlotta. Era guapísima, con esa polo roja que le marcaba un cuerpo a reloj de arena (por cierto, es el cuerpo perfecto, sabes?) y su pelo ondulado medio recogido. Esa misma noche volví a casa y dije a Cristina, una amiga que se quedaba conmigo durante unas semanas, que había visto a la chica con la que me casaré y tendré hijos. Pero habría tardado muchísimo tiempo más en pedirle que saliésemos".

Dos meses. De camareros que sonreían y hacían bromas. De cocineros que se asomaban de la cocina para no perderse el espectáculo. De pizzas Dante, sentado y mirando fijamente. De sentirme halagada y un poco emocionada. De olvidarme que novio me esperaba en casa.

Dos meses más y… ya era hora de hacer las maletas y volver a Italia. Novio había vuelto la semana anterior para volver a empezar la universidad, pero yo tenía dos semanas más para saludar a Marbella. Para siempre. Pero por primera vez en mucho tiempo me sentía bien conmigo misma, sola, podía dejar mis emociones correr a todo galope y sentir—sentir de verdad—esa tristeza que durante años había intentado remendar, como un vestido que ya no me quiero poner pero que no estoy lista para tirar. Estaba horas sentada mirando el mar, comía poco, hablaba español con soltura y compartía infinitas lágrimas con mi amiga argentina Natalia. Me sentía triste y maravillosamente—masoquisticamente?—bien.

Solo dos semanas y habría vuelto a Italia. Nunca me olvidaré esa noche. Un chico americano pidió dos pizzas para llevar y mientras esperaba, hablamos mucho de la belleza de los niños bilingües (entonces ya sabía que quería crecer a mis futuros hijos bilingüe, pase lo que pase). Me contó como su hija y su hijo, 5 y 3 años, podían cambiar con facilidad de español a inglés americano a inglés británico. Yo le conté como a lo largo de mi vida quería volverme tanto bilingüe como la edad me permitiese. Todavía no lo sabía, pero habría pasado un montón de tiempo con ese chico americano y su mujer española en los años venideros.

"Estaba todavía en la oficina cuando Matt me llamó. Me dijo: "Acabo de salir de Terraza Dual, si no le pides de salir estás loco". Sabía que tenía razón, lo sabía desde hace tiempo. Esa tenía que ser la noche. Salí de la oficina, cogí el primero autobús, bajé cuanto más cerca al restaurante y anduve ritmicamente escuchando Sealion by Feist (me daba alegría). Una semana antes, mi amigo Ivan me había contado de como la teoria de los supermodelos—no preguntes, afirma lo que quieres. Era exactamente lo que habría hecho. Habría ido allí y le habría dicho que saliese conmigo".

Esa noche Alex entró en el restaurante, se sentó a la barra, pidió su Pizza Dante y se quedó mirándome, como siempre. Dentro de sí, en su alma de finlandés reservado, sabía que tenía que encontrar todo su coraje para hablarme. A mí, la chica con la polo rojo que había mirado fijamente todo el verano.

Cuando pidió la cuenta, después de dos meses de nada más de pizza Dante, por favor y gracias, empezó una conversación. No recuerdo exactamente lo que me dijo, pero recuerdo bien como siguió.

“Tendríamos que salir a comer juntos algún día”.

Así, de la nada. Había roto el hielo. De la nada. Había puesto en práctica la teoria de los supermodelos. De la nada. Me había dicho que saliese con él.

Lee el segundo capítulo.

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