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Una nota personal sobre la privación de sueño

Carlotta Cerri
Salva

Mucho antes de tener hijos, Alex y yo nos acostumbramos a despertarnos cada día entre las 5:30 y las 6:00 de la mañana, a veces para salir a correr, otras veces solo para empezar el día antes de los demás. Nunca he sido una persona madrugadora, pero tomé la decisión consciente de dormir menos para hacer más. ¡Me encantaba!

Entonces, nunca hubiera imaginado que solo unos años después ya no solo no habría dependido de mí decidir si dormir más o menos, sino que dormir menos habría afectado negativamente todos los aspectos de mi vida.

Si me sigues en Instagram o Facebook, probablemente ya sepas que desde que nuestra pequeña Emily llegó hace nueve meses, he entrado en el túnel de la privación de sueño. Lo que probablemente no sepas—pocas personas lo saben—es lo difícil que ha sido. Cómo me ha cambiado. Cómo me hizo dar grandes pasos atrás en el progreso que había hecho para convertirme en una madre más paciente y más consciente. Cuando la gente me pregunta cómo estoy, tiendo a bromear sobre lo agotado que estoy y lo agotador que han sido los últimos nueve meses, porque si no lo han experimentado, posiblemente no puedan entender cómo se siente una madre que no puede dormir. Así que hoy te lo cuento.

En días buenos (que son el resultado de noches “buenas” en las que Emily se despierta cada dos horas), estoy cansada y todo me parece difícil. Me siento facilmente frustrada y me agobio por las cosas más pequeñas, como el tráfico o cuando no hay café en casa por la mañana. Me cuesta concentrarme, me duele la cabeza, mantener una conversación es complicado. Incluso las cosas que adoro, como quedar con otras mamás o ir a mis clases de baile, a veces me resultan demasiado difíciles. Tengo que usar TODA mi energía y fuerza mental para ser una madre decente, y aun así a menudo fallo. Cada tarde, cuento los minutos hasta que Alex llegue a casa. En estos días, cuando la gente me pregunta cómo me siento, digo “bien” porque… bueno, esto es el nuevo “bien”.

En los días malos (que generalmente siguen a noches en que me despierto cada hora o menos), todo es monótono y monocromo. Mis emociones están entumecidas, me duele el cuerpo como cuando tienes fiebre, los párpados son pesados, me parece estar en un estado vegetativo. Tengo que tener mucho cuidado cuando conduzco porque mis reflejos son bajos. Incluso las tareas más pequeñas, como colgar la ropa o cambiar un pañal, me parecen agotadoras. No tengo ganas de hacer ejercicio o comer sano. En estos días, si Alex llega hasta solo unos minutos más tarde que su hora habitual, me entran ganas de llorar—bueno, me entran ganas de llorar por cualquier cosa. Cuando la gente me pregunta cómo estoy, digo “cansada”, porque creo que esa es la única palabra con la que cualquiera se puede identificar.

Los días terribles son el resultado de demasiados días malos seguidos y no son divertidos. Me enfado por nada, grito, lloro, soy la peor versión de mí misma como mujer, como esposa y como madre. ¿Alguna vez has visto la película Inside Out? Es como si todas las personas dentro de mi cabeza estuvieran apretando todos los botones a la vez, de forma repetida y rítmica. Es como tener cero control sobre mis emociones, y me hace impotente. La gente no me pregunta cómo me siento porque generalmente tiendo a escapar de las reuniones e interacciones sociales.

Y seré sincera, estoy haciendo un pésimo trabajo como mamá Montessori y más que disciplina positiva aquí estamos en modalidad sobrevivencia. Maria Montessori se reiría de mí, pero a mi me parece que la privación de sueño no sea compatible con paciencia, tolerancia y calma. Y no quiero que pienses que no dormir es mi excusa para no intentar ser una madre y persona mejor, no lo es. Es mi excusa para no conseguir ser una madre y persona mejor. Y ahora convierte “excusa” con “razón” en la frase anterior—porque “excusa” supone poder elegir, sin embargo últimamente la mayoría de los días elegir me parece un verdadero lujo.


El post original terminaba aquí, era solo un post de quejas que salió de mi teclado un martes por la noche. Pero encontrar un final me hizo pensar en el error más grande que estoy haciendo como mamá que no duerme: intentar forzar un cambio.

Cuando mamás amigas me ven agotada, intentan darme soluciones—como solía hacer yo en el pasado con otras madres en mi situación, cuando no tenía ni idea de lo que era la VERDADERA privación del sueño. Las adoro y he probado muchos de sus consejos: diferentes chupetes, peluches, sacos de dormir, infusiones, cereales para bebés antes de acostarla (¡así es!), colecho, dormir en su cama, quitarle la teta por la noche y mandar Alex en cambio, homeopatía incluso si no creo en ella. Cuando no duermes probarías cualquier cosa dentro de tus límites—que para mí son dejarla llorar o darle medicinales.

Pero la verdad—y cualquier madre que haya pasado por allí te dirá lo mismo—es que no funcionarán. Si tú, como yo, no eres para medidas duras o remedios médicos; si tú, como yo, quieres que tu bebé aprenda a dormir con sus tiempo y a su ritmo, tienes que saber esto: tu bebé no dormirá hasta que no esté listo para dormir.

Así que acepta la situación, vive con y alrededor de ella, y para de intentar forzar un cambio. Sigue a tu bebé, esté allí con ella por la noche cuando te necesita y dale el comfort del pecho si lo quiere. Para de pensar en el gran esquema de las cosas y enfócate en los pequeños progresos: lloró pero volvió a dormirse sola, durmió un tramo más largo, se dio la vuelta y no se despertó… estos son algunos de nuestros progresos, tú reconocerás los tuyos cuando los veas. Y, lo más importante, deja de esperar el día en que empezará a dormir, porque seamos honestos, puede ser mañana o puede ser dentor de seis años y tú no tienes ningún control sobre eso, así que ¿por qué pensarlo?

Y finalmente, esto es lo que hago yo cuando estoy completamente, definitivamente y profundamente agotada por estas personas bonsai. Cojo a Emily (cogería Oliver pero él no es muy de mimos últimamente) y me siento con ella un momento: la miro, le hago cosquillas en la mano, le beso los pies, le acaricio el pelo, hago muecas, practicamos mandar besos y saludar con la mano, me río con ella. Dejo que me derrita el corazón como solo mis niños saben hacer.

Porque no importa si es un buen día, un mal día o un día terrible, si me permito sentir el sentimiento (e ignorar los instintos homicidas) mis niños conseguirán siempre a veces alegrarme el día.

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