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El otro lado de la maternidad

Carlotta Cerri
Salva

A veces nos acurrucamos todos en la cama, los cuatro, y nos sentimos como una familia perfecta; a veces vamos a dar un largo paseo hasta la playa, dejamos que Colbie nade en el mar y jugamos con ella; a veces los niños duermen la siesta al mismo tiempo, y Alex y yo podemos sentarnos en el sofá y tener una conversación; a veces salimos de casa con una sonrisa, Emily dormida en el cochecito, Oliver corriendo feliz y charlando; a veces el piso está ordenado y organizado, y todo huele a limpio; a veces tenemos magníficas tardes en el parque, damos de comer a los patos, jugamos juntos, tomamos el sol; a veces pasamos tiempo de calidad juntos, felices, y nos amamos infinito por infinito.

A menudo, sin embargo, nuestra vida NO es así.

A menudo, salir de la casa es una lucha. Si preparo a Emily antes, ella llora en el carrito mientras preparo a Oliver. Si preparo a Oliver primero, grita delante de la puerta para salir (la paciencia no es su fuerte). Si trato de prepararlos a los dos juntos—por ejemplo poniendo zapatos y chaqueta a Oliver mientras sujeto a Emily—la espalda me duele tanto que me saltan las lagrimas (y no solo por el estrés).

A menudo, no puedo tener la casa bajo control. Hago lavadoras todo el tiempo, pero el montón de ropa sucia sigue creciendo; pongo la ropa limpia en el armario, pero sigue apareciendo por todas partes; paso la aspiradora y organizo y limpio, pero nada me parece nunca limpio y organizado (ni aspirado por culpa de nuestra bestia dispensadora de pelo).

A menudo, no soy la mamá montessori paciente y comprensiva que quiero ser para mis hijos. Oliver está pasando por una edad delicada, y la llegada de una hermana pequeña no ha hecho las cosas más fáciles. Ha empezado a desafiarnos para entender nuestros límites, a llorando y quejarse cuando decimos “no” o cuando no consigue lo que quiere, a hacer lo que le pedimos que no haga, y no hacer lo que le pedimos que haga. Trato de tener paciencia y hablar con él de manera amable, pero a menudo pierdo la calma.

A menudo, no soy la esposa cariñosa, divertida y feliz que quiero ser para mi marido. No se me da bien la falta de sueño, después de un día difícil o soy un desastre llorón o un monstruo humeante, a veces estoy tan cansada de los niños que cuando Alex llega a casa le entrego a Emily y me encierro en la habitación durante unos minutos hasta antes de decirle hola.

A menudo, no soy la amiga/hermana/hija cuidadosa y buena que quiero ser para la gente importante en mi vida. A veces me siento tan abrumada que no contesto al teléfono, no me mantengo en contacto, no tengo ganas de ser sociable, llevo a Oliver a la escuela y corro de vuelta al coche para no tener que hablar con nadie.

A menudo me siento como si Alex y yo fuéramos padres solteros. Él tiene a Oliver, yo a Emily, él pone Oliver a dormir, yo pongo Emily a dormir, y a menudo cuando Alex viene a la cama yo estoy ya dormida profundamente, y adío al tiempo para los padres cuando los niños duermen. Me siento como si no hubiera visto a mi marido durante semanas, y no es fácil para la pareja.

A menudo, cuando Emily llora por alguna razón y Oliver llora por otra razón y yo soy capaz de calmarles a ninguno de los dos, me quedo allí mirándoles y escuchándoles llorar, y pienso “¿Qué hemos hecho?”.

Y luego está la culpa.

Me siento culpable por no ser más paciente con Oliver, y me temo que cada vez que pierdo la calma con él, también pierdo un poco de su confianza y amor. Pero después de pedirle 80 veces que se suba al coche—él tiene que hacerlo todo solo, lo cual no es tan genial cuando llevas varias noches sin dormir—le levanto y lo pongo en el coche yo misma, y no de una manera súper suave. Y luego me arrepiento.

Me siento culpable por pagarlo todo con Alex, él es mi roca, no se lo merece. Pero a veces estoy tan agotada que veo solo lo que él no hace, la ropa limpia que no ha puesto en el armario, los juguetes que no ha ordenado, la lavadora que no ha hecho, los pañales sucios que no ha tirado. Y me siento aún más culpable por no decirle que también veo todas las cosas que sí hace.

A veces me encierro en el baño y lloro, porque me siento tan inútil e incapaz que me parece que no hay nada más que pueda hacer.

Y luego también por eso me siento culpable, porque pienso en todas las madres solteras, las madres que no son tan afortunadas como yo, que no pueden pasar tanto tiempo con sus hijos, que tienen que volver a trabajar después de tan solo cuatro meses, que trabajan largas horas y ven a sus hijos sólo brevemente por la noche (y aún así tienen que lidiar con todos los llantos, las lavadoras y la culpa).

Y encima de todo esto, últimamente nunca tengo tiempo para terminar lo que empiezo, ni siquiera este post.

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