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Suicidio? Yo juzgo

Carlotta Cerri
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Suicidio. El suicidio es un tema que me da emociones en conflicto. Una realidad que en mi tiempo me hizo casi elegir una carrera en psicología. Un mundo que siempre me he creado muchas preguntas. Fascinante, intrigante y al mismo tiempo destructivo, temible. Un tabú que siempre me habría gustado desentrañar y tal vez—de alguna manera—justificar, como si justificarlo fuese la única manera para entenderlo.

Hasta cuando le he vivido de cerca.

Hace once años conocí a una chica en un chat online local. Ex-novia de un buen amigo mío. Me había empezado a escribir por una razón que ahora me parece ridícula: estaba celosa de mí y de mi relación con su ex-novio. Luego pasó algo inesperado: en unos pocos minutos de conversación escrita, las palabras de odio y acusación se convirtieron en presagios de una potencial amistad.

Descubro en ella un chica de dieciocho años (yo tenía pocos más) dulce, pero al mismo tiempo determinada y aguda, tal vez un poco rebelde. En los siguientes días, hablamos de amor, de pérdida, de dolor.

Un día recibo un mensaje: “Quiero matarme”. Mis ojos llenos de lagrimas revelaron de inmediato una sensación tanto profunda cuanto incómoda: el percibir que no era es una broma, sino una confesión real.

Le escribo con la misma seriedad con la que ella me escribió a mí. Nunca guardé ese mensaje, pero lo recuerdo como un canto a la vida. Sincero, espontáneos, un poco banal porque las palabras de la racionalidad que contrata con el dolor son a menudo banales. No recuerdo lo que escribí, pero guardé lo que me escribió de vuelta ella:

Gracias por tu mensaje. Eres una chica muy sabia y las cosas que escribes son correctas. Con el dolor hay que convivir civilmente, lo sé, es sólo que siempre he sido demasiado "anárquica" como para aceptar reglas civiles. Y si el mundo no me gusta, no lo acepto y no lo acepto. Y el mundo no me gusta. Quiero morir desde cuando tenía 14 años y, que te lo creas o no, es lo único que quiero con todo mi ser.Hasta ahora, sólo una cosa me ha detenido. El terror de tirarme y no morir al instante. De ser consciente cuando llegue la muerte, de tocar el asfalto y seguir entendiendo todo.Sé que te parecerá una locura y mis palabras no son tan inteligentes como las tuyas. Quiero suicidarme, pero por dentro ya estoy muerta desde hace tiempo, porque en mí está muerta la esperanza en las personas, en el amor, en mí misma. Y aunque dicen que la esperanza es la último en morir, te voy a decir que en este caso ella murió antes que yo, yo antes que ella y mi cuerpo, si tendré los cojones, morirá con ellos.

Estaba escribiendo su adiós. Con final incluido. Ese mismo día desapareció. La encontraron tres días más tarde, muerta. Esa misma muerte que se había imaginado para sí misma: saltó. Y no, no murió al instante, como reveló luego la autopsia.

Fue una noticia de prensa, una como otra, entre otras. No para mí. Lloré durante días e incluso hoy, cuando pensare en ella me quita un poco de mi serenidad.

He pensado mucho en los últimos años al suicidio, a ella. A una chica de dieciocho años que el día antes pasó el examen de conducir y el día después se suicidó.

Alguien dice que el suicido es una cuestión de genética: una persona nace con el gen suicida y tarde o temprano, no importa cuanto intente ignorar el instinto, va a encontrar una manera de suicidarse. Esta teoría no se ha demostrado, y tal vez siempre se quedará en el laboratorio de los no-descubrimientos. Pero a mi me gustaría creer en ella. Da alivio justificar racionalmente algo que de racional no tiene nada. Sin embargo, ni siquiera apelando a toda mi racionalidad soy capaz de justificarlo.

Coelho escribió:

En un mundo en el que se trata desesperadamente de sobrevivir, como se puede juzgar a las personas que optan por morir?

Mi conclusión es—por incómoda, extrema y cruel que pueda parecer— yo juzgo.

Juzgo los casos individuales. Juzgo ella que decidió morir, y no la apruebo. Le juzgo porque fue cobarde. Porque creo que en su caso, cuando se sentía tan decepcionada por la vida, era más fácil morir que tratar desesperadamente de sobrevivir. Le juzgo porque fue egoísta. Porque puso fin a su sufrimiento, y forzó a amigos y familiares a quedarse toda la vida en su propio mundo de sufrimiento. Le juzgo porque fue ingrata. Ella, hermosa, joven, sana e inteligente: no estaba en una silla de ruedas, paralizada de pies a cabeza, dependiendo de otros seres humanos para ir al baño. Y aún así decidió morir.

Es cierto que no todos somos gladiadores y luchadores. Y no todos estamos felices. Y no todos encontramos razones para salir de nuestra miseria. Pero todo el mundo—todo el mundo—podemos encontrar ayuda. En nosotros mismos, en una persona, en una imagen, en una palabra, en una melodía, en un lugar. Cualquier ayuda.

Hace falta cojones para morir, pero mucho más para vivir.

Ella estaba buscando el coraje para morir y lo que nunca pude decirle es que hace falta mucho más coraje para vivir. Para amar—un amor, un amigo, un padre. Porque la vida es un acto de amor. Y creo que ella eso lo sabía.

Así que yo, yo juzgo.

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